Kenya Cuevas : “Mi venganza es que todas seamos felices”.
La historia de Kenya y la Casa de las Muñecas Tiresias se ha hecho conocida: ha salido en las revistas, la prensa nacional y extranjera, así como en la televisión. Ella es una de las heroínas de esta pandemia, reclutó a voluntarios para alimentar a la población trans en situación de calle.
La historia de Kenya y la Casa de las Muñecas Tiresias se ha hecho muy conocida en las últimas semanas; ha estado en las revistas, en la prensa nacional y extranjera, así como en la televisión. Es una de las heroínas de esta pandemia, que reclutó a varios voluntarios para dar de comer principalmente —aunque no exclusivamente— a las personas trans que viven en distintas partes de la ciudad (una ruta que conoce por su experiencia como trabajadora sexual) y que habilitó esa casa que ya ocupaba para dar refugio a otras trabajadoras sexuales trans. Ha logrado hacer visible otras desigualdades que se acentúan en medio del confinamiento, como la desigualdad de género. Pero no es la primera vez que ha puesto en los medios esta desigualdad. Kenya se dio a conocer luego del asesinato de su compañera de calle, Paola Buenrostro, en 2016.
Kenya consiguió un pequeño trabajo con un amigo de la familia, pero la hermana le quitaba el poco dinero que ganaba. A los nueve años decidió salirse de casa, un día que caminaba por las calles de Balderas y Juárez, en el centro de la ciudad.
Esa misma noche, se encontró con una mujer trans con la que se identificó. “Me acerqué y le pedí que me ayudara a arreglarme como ella”, dice. “Ella volteó, seria, y me dijo: ‘Ponte a trabajar, háblale a los carros y cóbrales 400 pesos’”. A uno de sus primeros clientes le contó su situación, todo el maltrato que había vivido en casa, y pidió que la llevara a vivir con él. El hombre dijo que se metería en problemas si la llevaba a vivir a su casa, pero le daría suficiente dinero para que se pagara una semana en un hotel. “Tuvimos relaciones sexuales y él se fue. Ese fue mi primer cliente”, dice Kenya. Se había convertido en una trabajadora sexual a los nueve años.
Al día siguiente, la señora del aseo le pidió que se saliera de la habitación para hacer su trabajo. Kenya comenzó a pasear por los pasillos del hotel y se encontró con dos mujeres trans, además de percatarse de que vivían también allí otras trabajadoras sexuales. Pidió a las chicas trans que le ayudaran a arreglarse como ellas. Le preguntaron si tenía dinero y Kenya les enseñó lo que el hombre le había dado. La llevaron al centro, compraron zapatos, pelucas, pestañas, maquillaje y en el hotel comenzaron a arreglarla. Le dijeron que sería la primera y la última vez. “Yo estaba feliz, porque me estaba viendo como esa mujer con la que me identificaba”. Esa misma noche, sus nuevas amigas la llevaron a la esquina de Insurgentes y Álvaro Obregón en la colonia Roma, donde le presentaron a una madrota a la que Kenya debía de dar una cuota diaria a cambio de poder trabajar en el área.
Kenya Cuevas cuenta que le fue muy bien en el trabajo, pero que uno de los requisitos de muchos clientes era que consumiera drogas con ellos. Al principio el consumo era esporádico, pero pronto se hizo más frecuente. A los 13 años le detectaron VIH. “Yo me quería morir en las drogas”, dice. “Y en algún momento también dejé de defender mi transición”. En una ocasión, mientras se drogaba en Tepito, en uno de esos apartamentos donde dejan a los clientes consumir, llegó un operativo. La dealer le aventó la mercancía y la policía la llevó presa.
Fue en la cárcel de Santa Marta, donde nace su activismo. “La policía entró al picadero donde compraba la droga, la vendedora les dio un porcentaje de dinero de la venta. ¡Y claro, me agarraron a la inocente de mí!”.
En prisión la metieron en el dormitorio 10, donde aislaban a los enfermos por VIH, y Cuevas veía como sus compañeros se morían sin visitas ni atenciones. “Teníamos un servicio médico, pero era deplorable, te dejaban en una cama. Así que yo iba a visitarles, los bañaba, les daba de comer, les llevaba los medicamentos y les contaba chistes”. Algunos consiguieron levantarse y salir de aquel dormitorio, muchos otros se murieron en sus brazos. “Porque las personas con VIH se morían, no había tratamientos adecuados, luego de 10 años consiguio salir absuelta y recuperar su libertad.
El 30 de septiembre de 2016 se fue a trabajar, desde su casa en Chimalhuacán hasta Puente de Alvarado, donde también estaba su compañera Paola Buenrostro.
Apenas el auto avanzó unos metros cuando Kenya escuchó gritos de auxilio y unas detonaciones. El cuerpo de Paola se desvaneció en los brazos de su asesino, quien la aventó al lugar del copiloto. El sujeto apuntó el arma para disparar a Kenya, pero la pistola se encasquilló y Kenya logró escapar. Llegó la policía, detuvieron al sujeto en fragancia y luego todas las amigas de Paola se fueron al Ministerio Público a rendir su declaración. Sin embargo, el MP, al ver que eran trabajadoras sexuales trans, las trató como ciudadanas de segunda clase. No tomaron la declaración de Kenya como testigo, sino como una curiosa del lugar. Más tarde Kenya se presentó a la audiencia, pero el juez y el MP le dijeron que abandonara la sala. “Y al final de la audiencia, dejaron al tipo en libertad”, dice.
Kenya reclamó el cuerpo de Paola. Pero el encargado le dijo que no se lo podía dar porque no era familiar. Entonces amenazó con parar Insurgentes con una manifestación de por lo menos 500 chicas. Le dieron el cuerpo. La velaron dos días y cuando iban de camino al panteón, Kenya decidió que le harían una guardia de honor en el lugar donde la mataron “para despedirla como la mujer que era”. Prácticamente tuvo que secuestrar al conductor de la carroza. Le quitó las llaves y condujo el auto a Insurgentes y Puente de Alvarado. Bajó el ataúd de su compañera “y le grité al mundo y a las autoridades que nos estaban matando, que a nadie le importaba porque sólo somos trabajadoras sexuales. Nos arrebatan nuestros derechos humanos, nos discriminan y nos violentan”.
Kenya prometió a Paola que llevaría su asesino a la cárcel. Hace algunos años constituyó una Asociación Civil y está a punto de inaugurar el primer albergue para las mujeres trans en México. “Estos crímenes de odio me han arrebatado a mis mejores amigas”.
Cuevas es hoy una de las mayores activistas a favor de los derechos de la comunidad trans en México, el segundo país con más violencia por transfobia después de Brasil. "¡Se ensañan con nosotras! Solo en este pasado mes de agosto se cometieron 12 asesinatos", clama. Comprobar esta cifra resulta una odisea. En México, los transfeminicidios no están tipificados por las autoridades. “De hecho, muchos de los casos se registran como homicidios de hombres. Los crímenes de odio no entran en las estadísticas”.
Según el Centro de Apoyo a las Identidades Trans A. C , asociación que lleva desde el 2007 documentando el asesinato de mujeres trans en México, durante el periodo de junio a agosto de 2018 se contabilizaron 17 muertes. Dos más de las identificadas en el último trimestre por Letra S, organización civil dedicada a la difusión de información y a la defensa de los Derechos Humanos, que en lo que va de año ha registrado 33 casos.
Cuevas había grabado un vídeo de los últimos minutos de su amiga con vida que envió a los medios. Tras la exposición mediática, la Fiscalía de Homicidios recomendó medidas cautelares, pero fueron ignoradas por ser ella una trabajadora sexual. Finalmente, gracias a la presión de organizaciones defensoras de los derechos humanos, la Secretaría de Seguridad Pública la reconoció finalmente como víctima indirecta, coincidiendo el proceso con su trámite de cambio de género, a finales del 2016. “Cuando reclamé la protección que me habían prometido, la respuesta de los oficiales fue que a ellos les habían mandado cuidar a un tal Jorge Armando y que no tenían ni idea de quién era Kenya”. Este nombre se lo puso en honor a una compañera de primaría que sabía que le gustaban los chicos y la defendía de los otros niños. “Me prometí que cuando fuera grande, me llamaría así en su memoria”
En la actualidad, dos guardaespaldas siguen a Cuevas, y no a Jorge Armando, como sus sombras siempre que no salga de Ciudad de México. “Vivo fuera de la capital y voy y vengo todos los días, así que cuando viajo a mi domicilio lo hago con el pulsador de pánico, un dispositivo de teléfono con GPS que tiene un botón de servicio de emergencia”. En enero de 2017, recibió las primeras amenazas por medio de WhatsApp. Días después, le llegó a su casa una corona de muerto con su nombre. “Un día, me escribió que me iba a matar como a un perro, como mató a Paola”.
Hace tan solos unos años fundó Casa de Muñecas Tiresias, una organización que trabaja con comunidades vulnerables, personas con adicciones, en situación de calle, con VIH y prostitutas. “Ni la hemos inaugurado oficialmente y ya tenemos la agenda saturada”.
Se pasean por los barrios más conflictivos dando charlas para visibilizar su causa y ofrecen acompañamiento para el cambio de identidad. “Un trámite que ahora mismo es bastante rápido, aunque solo cuatro Estados de los 12 pueden hacerlo. Nosotros ofrecemos los servicios gratis”.
“Otra cosa que hacemos es dar asistencia a quien no cuenta con familia después de muerta. Desde pedir el cuerpo hasta identificarlo; las ponemos guapas, las velamos y las enterramos”. Casa de Muñecas Tiresias asume la responsabilidad de dar seguimiento a la dignidad postmuerte. “Cuando me llaman para decirme que fulanita murió, en seguida me dirijo a la delegación correspondiente y ya no pregunto ni a quién ni nada, solo digo que vengo a por mi compañera”.
Todos los gastos de la funeraria corren a cuenta de su bolsillo. “Es un dinero que no tenemos, a mí a veces ni me alcanza para comer, pero al final lo conseguimos sacar adelante. Convoco a gente y siempre aparece alguien con café o con flores; uno aporta 500 pesos, otra que dona 20. ¡Y al final se junta la lana!”. Una vez solo le quedaba una hora para que los servicios retiraran el cuerpo y a ella le faltaban todavía 6.000 pesos (unos 300 euros) por liquidar. “Pues el dinero se recolectó 10 minutos antes y conseguimos pagarlo. ¡Dios bendice cuando la voluntad es buena!”.
Su trabajo le ha hecho ganarse un lugar especial en los distintos colectivos para los que trabaja. “Si te enfermas, Kenya te cuida; si te mueres, te entierra. Se siente bonito hacerlo, pero son muchas responsabilidades”. En el barrio la llaman Mama Kenya.
En solo dos años, Cuevas ha realizado el reconocimiento de 12 cuerpos mutilados.
El año pasado empezó a trabajar en un documental sobre la vida de Paola, con la que compartió ochos años de calle y de amistad. A principios del rodaje, se filmó una escena a modo de destino fatal en la Cuevas se adentraba en un mar revuelto. ”Como si la metáfora de mi vida fuera que la oscuridad me absorbiera y desapareciera en ella. Yo he sentido rencor y odio contra todo, pero todo inicia desde el perdón, cuando entendí que algunos sentimientos solo oscurecen el alma y te arrebatan la felicidad, pude reconstruirme desde cero”.
Ha convencido a la directora para que le deje grabar una escena en la que aparezca “muy guapa y con un vestido blanco”. Cuevas se quedó viuda hace cuatro años, cuando la pareja con la que llevaba más de una década y que conoció en la cárcel, murió de sida. “La verdad es que yo he sufrido mucho, pero ya estoy en paz con el universo, ya no existe oscuridad en mi vida. Por eso, cuando me muera, quiero que me vistan de novia, toda de blanco”.
Su vida en netflix...?
Kenya Cuevas desmintió que la plataforma Netflix realice una serie inspirada en su vida, como se afirmó en un diario de circulación nacional.
“Por el momento, no se pretende realizar una serie de televisión a través de la plataforma de streaming Netflix, por lo que el rumor de que se realizará una serie sobre la vida de Kenya Cuevas es falso”, señaló en un breve comunicado Casa de las Muñecas Tiresias A.C y Kenya Cuevas.
10,Diciembre 2020
Urbana Trans
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